Cuarto capítulo- LAS COSAS BUENAS SIEMPRE SON EXTRAÑAS
Su casa está en el bosque. Es extraño que después de haber
pasado gran parte de mi vida por esta zona nunca la haya visto. Aunque,
volviendo a pensar en ello, nunca nos hemos desviado mucho de nuestro camino
hacia la playa. Lo que sí es extraño es que nunca la hayamos visto a ella. Ni
de camino a la playa, ni en la playa…
-
¿Vas muy a menudo a la playa?- le pregunto,
mirándole el cabello corto desde atrás. Es un poco más alta que yo.
-
La verdad es que sí, me gusta nadar un poco de
vez en cuando.
¿Miente? Pero… ¿Por qué? Creí que éramos… una especia de…
socios… Y si no miente, ¿Cómo es que nunca la he visto por la playa ni por
ningún otro lado? Sin lugar a dudas, miente. Pues si ella quiere jugar a este
juego, no lo va a tener fácil para ganar.
-
¿Sí? Yo lo odio. No me gusta nada el agua. Sé
nadar, pero lo justo y necesario para sobrevivir. Tuve una mala experiencia de
pequeño. Me picó una medusa y des de entonces no me gusta nada el mar.
Soy un mal mentiroso. Un muy mal mentiroso. Me justifico
demasiado. Tengo que aprender a callar. Si no voy con cuidado el ganador estará
claro a cincuenta quilómetros de la meta. Y eso podría costarme la vida. Todavía
no sé quién es, ni con quien está, ni el porqué de sus actos… No sé nada de
ella. Y ella puede que sepa demasiado de mí…
Alek es siempre la que va por delante. La chica me guía
hasta su casa. Se encarga de abrir paso entre las zarzas y avisarme de lo que
hay por delante nuestro. Nos alejamos completamente del camino con el que he
llegado a la playa. Tal vez por eso nunca la hemos visto…
-
Y… ¿des de cuando vives en el bosque? Es decir,
sola…- Estoy dispuesto a averiguar más cosas sobre ella, o al menos a
intentarlo, porque tal vez solo reciba mentiras.
No responde de inmediato, pero cuando lo hace, lo hace
segura y decidida de lo que dice.
-
Sola des de hace diez años. Mis padres me
tuvieron cuando tenían 40 años. Ellos huían del Dictador cuando encontraron
esta casa y la reformaron como pudieron. Las malas condiciones hicieron que
murieran diez años después de que yo naciera. Murieron jóvenes, pero me
enseñaron mucho…
-
¿Cazas?- le pregunto, sorprendido ante sus
habilidades.
Vuelve a haber silencio antes de la respuesta. ¿Estará
pensando que inventarse o es que de verdad este es un tema delicado? Tal vez…
no debería preguntarle cosas así. No, sí que tengo que hacerlas si quiero que
nadie me engañe de nuevo.
-
No, no podría. Y tampoco sabría. Mis padres no
eran ningunos sádicos. Ni siquiera estaban acostumbrados al campo. Ellos venían
de la ciudad. Ellos creían en la libertad y por eso en cuanto llegó el dictador
tuvieron que escapar. Se revelaron, y perdieron… Ellos pensaban que si mataban
a los animales para comérselos se convertirían en alguien como él. No querían
quitarle la vida a nadie. Así que nunca aprendieron a cazar. Y no me enseñaron.
Y aunque me hubiesen enseñado no podría hacerlo. No quiero convertirme en
alguien como él…
Me cuesta entenderla. No porque
sus palabras no tengan sentido, al contrario, lo tienen, y mucho. Pero me
cuesta entender su manera de pensar. Es diferente. Posiblemente si le
preguntaras a alguien de la ciudad qué haría si tuviese que vivir en el bosque
te respondería que incluso sería capaz de matar a sus hermanos con tal de
sobrevivir. La gente ahora es así. No sé si antes eran de otra manera porque
cuando llegó el Dictador yo era muy pequeño todavía, pero de lo que sí que
estoy seguro es que ahora la gente es egoísta, hipócrita y egocéntrica. Es como
un perfil que nunca cambia. Algunos más que otros pero siempre con las mismas
características. Y en cambio, ella… no. Ella no es capaz de matar a un animal
con tal de no quitar ninguna vida. No sé si yo sería así… Tal vez hablo mucho
de sinceridad, de la hipocresía de los demás pero yo… puede que no sea tan
diferente. En comparación a ella, yo puede que no sea nada…
No vuelvo a preguntar nada. ¿Se
habrá inventado todo lo que ha dicho? No lo sé, pero inventado o real, me ha
dejado pequeño.
Ahora me concentro en el camino.
Observo todo lo que hay a mi alrededor para que pueda ir y volver a su casa sin
que me tenga que guiar nadie. El recorrido que hacemos es bastante sencillo. La
mayoría del tiempo caminamos en línea recta. Solo algunas veces giramos hacia
derecha o izquierda. Veinte minutos después de que hubiese decidido dejar de
hacer preguntas llegamos a su casa.
Ante nosotros se extiende un
pequeño claro. Lo que sin duda no es pequeño es la casa. El claro no será muy
grande pero los padres de Alek supieron aprovechar muy bien el espacio. Es
enorme. De dos pisos. Algo vieja pero estable. El tejado es bajo e inclinado.
Tiene algunos agujeros, pero eso no parece que altere el equilibrio de la casa.
Las ventanas no tienen ni cortinas ni persianas. Un porche pequeñito asoma al
lado de la puerta. Las paredes no están pintadas y los tochos parece que hayan
sido colocados un siglo atrás. Pero no me puedo quejar. Es más de lo que yo
esperaba des de que la noticia de que mi madre había muerto llegó a mí. Y a
pesar de todos los desperfectos, la casa no parece que vaya a caerse. Hasta
puede parecer bonita si la miras des del ángulo adecuado. Sonrío. Me gusta.
-
¿Vives aquí?- susurro, con admiración.
-
Sí, aquí es donde vivo desde hace veinte años.
Está un poco vieja, pero tengo más que suficiente.
Me fijo en todos los detalles de
la casa: en el pestillo roto que cuelga en la puerta, el cristal agrietado de
la ventana de la esquina derecha, el moho que cubre la parte baja de la casa…
Antes de que pueda acabar de observar el exterior de la casa, Alek abre la
puerta de entrada, sin usar llaves, con un simple empujón. El chirrido de la
puerta es acompañado de una nube de polvo que nos impide la visión del interior
de la casa. ¿Y es aquí donde vive desde hace tanto tiempo? Parece que no hayan
abierto esta puerta desde hace años.
Alek me deja pasar a mi primero.
Entro a un pequeño recibidor. Todo está lleno de polvo y en la casa reina un
silencio total. Sigo andando y llego hasta un gran salón con tan sólo dos
sillones en el centro. Al fondo del salón hay una ventana que deja pasar un poco
de luz. Si ahora mismo no estuviese Alek conmigo y no tuviese la certeza de que
este lugar es el sitio más seguro ahora mismo, saldría corriendo. Esta casa
parece sacada de una película de terror. Doy un paseo alrededor de los sillones
y miro si Alek ha entrado ya. La veo cerrando la puerta y volviéndose hacia mí.
Su actitud es diferente a la mía. Ella anda con total tranquilidad y
naturalidad, como si fuese su casa. Bueno, es que es su casa. Yo, en cambio, lo
hago intentando hacer el menor ruido posible, como si fuese a despertar a alguien.
Cuando me habla, incluso estoy a punto de susurrarle.
-
¿Te gusta?- me pregunta, entrando ella también
en el salón.
Le hecho una última mirada antes
de responderle.
-
Sí, está bastante bien. En comparación con lo
que yo tenía pensado que pasaría después de que… mi madre… bueno, ya me
entiendes, esto es un verdadero lujo.
-
¿Y qué es lo que pensabas que pasaría?
-
Pues que me pasaría toda la noche durmiendo en
el suelo y que, por la mañana, si gracias a un milagro seguía vivo, me pasaría
todo el día en busca de comida. Y, como ya he podido darme cuenta mientras
veníamos hasta aquí, poca cosa habría encontrado. ¿No decías que recolectabas?
¿Dónde están todos esos frutos?- Sonrío, incluso me permito ponerle un tono
divertido a mi voz.
Le he dado la vuelta a la tortilla, y eso me
deja más tranquilo. Yo le he respondido medio en broma medio en serio, porque
es eso lo que más o menos pensaba que pasaría, y ella ahora es la que me tiene
que responder a mí. Y, si falla, sabré que está mintiendo. Paso un dedo por los
sillones y una capa de polvo se adhiere a mi piel. La verdad es que estoy más
relajado. A pesar de que esta casa me dé escalofríos, pensar que por fin estoy “a
salvo”, me da una tranquilidad que en todo este tiempo había perdido por completo.
Y esa tranquilidad me ha dado un buen humor que, creo, que antes ni siquiera
tenía. Y ese humor puede ayudar a que Alek confíe más en mí.
Alek ríe un poco. Ella también
parece tranquila. No tiene nada que ver con la Alek de la playa. Ya no noto esa
tensión en sus palabras, en sus movimientos. Ya no se detiene para pensar lo
que tiene que decir. Es más natural. Creo que ahora sí que es la Alek de
verdad, o eso espero, porque mi voto de confianza está dado y no nos conviene
perderlo a ninguno de los dos.
-
En la otra banda del bosque hay más frutos:
moras, bayas, etc. Están ricas. Sólo hay que dar con las que no son venenosas-
Y me guiña el ojo, divertida.
Alek desaparece del extraño salón
y, pasando de nuevo por la entradita, sube unas escaleras de caracol (muy poco
seguras desde mi punto de vista). Me quedo quieto. ¿Voy con ella o espero aquí?
Es su casa, ella decide. No sé si acompañarla será demasiado arriesgado. Estoy
más tranquilo, sí, pero todavía no hay tanta confianza. Aunque espero que
dentro de poco la haya.
-
Ven, Ales- me ordena Alek des de la parte de
arriba de la casa.
-
Voy.- Y en este momento me siento estúpido.
Subo rápidamente las escaleras y
me reúno con ella, que se ha alejado unos pocos pasos de la escalera. Justo
cuando acabo de subir el último peldaño me encuentro con una pequeña estancia,
igual de grande que la entradita, cuya primera puerta da a un comedor con
cocina. Me enseña primero esa parte.
-
Y aquí está la cocina y la mesa.- Señala con el
dedo lo que corresponde con sus palabras.
Algo no encaja. Hay algo que es
diferente…
-
¿La cocina no debería estar en la planta baja?
No sé, es lo habitual, ¿no? Es extraño que esté aquí arriba.
-
Bueno, las cosas buenas siempre son extrañas,
¿no?
Su pregunta me pilla de sorpresa.
La verdad es que sí. No sé si esa frase significará lo mismo para ella que para
mí. No sé ni siquiera si significará algo para ella o si simplemente ha sido
una frase que le ha parecido misteriosa y la ha dicho, o si tan sólo ha sido
para romper el hielo. Pero para mí tiene un significado muy importante. Claro
que es verdad que las cosas buenas siempre son extrañas. Lo que ella hizo por
mi madre fue bueno, y extraño. Esto que está haciendo ahora por mí es bueno, y
extraño. Sinceramente, todo lo bueno que haga la gente para mí va a ser extraño
siempre. Pero parece que a nadie le gustan las cosas fuera de lo común.
-
Pues sí, tienes toda la razón.
Los dos reímos y entramos en el
comedor.
-
Sí, la verdad es que la cocina es lo mejor de
esta casa. Apenas cuanta con una encimera, una pequeña nevera que ni siquiera
funciona, una pica sin agua y una alacena. Pero hay de sobras. Ayer recogí
algunas moras y bayas. Es poco pero aguantaremos hasta esta tarde.
Parece otra. Definitivamente,
esta Alek es muy diferente a la que he conocido en la playa. Es mucho más
agradable, y tal vez sincera.
-
Ven. Por aquí están las habitaciones. Hay muchas
y son pequeñas, pero coge una persona sin dificultad.
-
Definitivamente, el espacio de esta casa está extrañamente
distribuido.
-
Sí.
Las habitaciones no son más que
unos cuantos metros cuadrados. Muchas están vacías y sólo tres tienen unos
colchones viejos y rotos en el suelo.
-
Colchones. Más de lo que esperaba, sin duda-
comento con una sonrisa en los labios.
Los dos nos quedamos en silencio.
En la puerta de una de las habitaciones. Cada habitación tiene una ventana,
pero muy poca luz entra por ellas. Así que la habitación está vagamente
iluminada y nuestros rostros son solo sombras grises.
-
Gracias… Alek- le digo en voz alta, para que me
escuche bien.
-
No hay de qué. Gracias a ti, no creo que hubiese
aguantado mucho tiempo más. Las bayas y las moras son un buen alimento para
unos días. Pero para todos… es difícil sobrevivir. Antes también me alimentaba
de los restos de animales que otros animales dejaban. Más o menos una vez por
semana comía carne. Pero des de hace unos meses no sé qué ha pasado que ya no
encuentro muchos. La última vez que comí carne fue hace un mes y medio… Y
pensaba que tu… podrías…, ya sabes…, cazar…- dice, poniéndole mucho cuidado a
las últimas palabras.
Y toda la magia desaparece. Me
quedo paralizado. Pensaba que éramos… amigos, más o menos; o que empezábamos a
serlo. Estaba empezando a decidir dejar a un lado mis fines egoístas. No está
bien querer estar con alguien tan sólo por los beneficios que puedas obtener al
estar junto a esa persona. Había dejado ese haz de egoísmo que había aparecido
temporalmente en mí y ya sólo me preocupaba su sinceridad. Sólo quería eso.
Sinceridad. Un poco de verdad, pues no hubiese podido aguantar más si me volvía
a encontrar con la hipocresía personalizada. Pensaba que empezaba a conocer a
una Alek distinta, de verdad. Pero ya veo que solo estaba siendo amable para
que yo cazara por ella. Seguramente también enterró a mi madre por lo mismo… No
me lo puedo creer. Pensaba que había encontrado a alguien… no sé, distinto.
-
Entiendo. Sólo quieres que cace. Todo esto lo
has hecho para que cace, ¿no?- Me vuelvo hacia ella, con los ojos pintados de
cólera- ¡Yo pensaba que empezábamos a ser amigos, joder!- Las lágrimas empiezan
a brotar de mi ojos- Pero no. Ya veo que estaba muy equivocado. Tú sólo quieres
que te traiga carne. Porque tú no quieres ser una asesina, pero los demás sí
tenemos que serlo para ti, ¿no? Pensaba que eras diferente, Alek. Pero ya veo
que me alejaba de la realidad, y mucho. Demasiado, tal vez… Pues lo siento, Alek, pero yo no pienso hacer
el trabajo sucio por ti.
No es hasta que no acabo de
hablar cuando me doy cuenta de que volvemos a estar en el pasillo y que su
espalda está contra la pared. Mis brazos, situados cada uno a una banda de su
cabeza, no le dejan salir. Y, aunque ella sea más alta y tenga más fuerza, ahora
parece que el que controla la situación soy yo. Bajo mis brazos y empiezo a
caminar hacia las escaleras. Era demasiado bonito para ser verdad. Tal vez, a
veces, las cosas extrañas también son malas…
-
Espera, Ales. No, lo siento. No pretendía que
pensaras eso. Yo solo quería decir que podrías cazar, si quieres. Sólo si
quieres. Sino no pasa nada. También se puede vivir de las bayas y las moras. Y
hay muchos otros frutos por aquí. Sólo hay que buscar-Corre hacia mí y, antes
de que pueda bajar el próximo escalón, me coge de la muñeca- Lo siento, Ales,
de verdad. Lo siento muchísimo. Te prometo que de ahora en adelante no voy a
ser nunca egoísta. Siempre voy a ser sincera…
Parece que me conozca de toda la
vida. Me sorprende que haya podido aprender tantas cosas de mí tan sólo
sabiendo más o menos mi forma de ser. ¿Cómo sabe que sólo me gustan las cosas
que son de verdad, que no son manipuladas por nadie? Es muy inteligente esta
chica.
Me vuelvo hacia ella. La miro a
sus ojos verdes. Ella también me mira, muy seria y con un poco de esperanza
reflejada en el rostro. Creo que debo andar con más cuidado. Quiero que
tengamos confianza, pero la confianza tarda en encontrarse y será mejor así.
Tendré que conocerla mejor antes de decidir si quedarme o no.
-
De acuerdo. De momento me quedo. Pero tenemos
que hablar.
-
Vale. Siento haberte dicho eso de antes. ¿Sobre
qué tenemos que hablar?
-
Sobre ti.
Alek parece extrañada. Y
preocupada. Traga saliva y se sonrojan sus mejillas. ¿Por qué está tan
preocupada? Tal vez no le guste hablar sobre ella misma.
-
Muy bien. Espérame aquí, voy a por el tarro de
moras y así vamos comiendo un poco.
Alek va a la cocina y regresa en
diez segundos. Bajo yo primero y después ella. La espero abajo. Ella se dirige
hacia el salón y se sienta en uno de los sillones, haciendo caso omiso al polvo
que los cubre. Yo hago lo mismo. Hay muy poca luz y su rostro se ve muy oscuro.
Será mejor así, pues será más fácil formular mis preguntas, aunque si quiero
saber si miente o no lo tendré bastante difícil.
-
Bien, ¿qué quieres saber sobre mí?
«Todo»- pienso, pero es mejor ir
por partes. Ahora mismo tengo dudas que hace segundos no sabía que tenía.
-
Para empezar… ¿Cómo es que tenías chocolate si
según tú solo te alimentas de frutos que encuentras por el bosque?
Responde de inmediato.
-
Lo robé. Tenía tan poca comida que me acerqué a
la ciudad y robé un poco de chocolate y una botella de leche. Fui a mi casa,
cogí un cazo y unas cerillas y me acerqué a la playa para hacer chocolate
caliente. Pensé que al volver podría recoger algunas moras. Pero entonces, te
encontré.
Sus argumentos son buenos, pero
algo aquí no encaja.
-
¿Chocolate? ¿Te arriesgas a que alguien te
encuentre en la ciudad y tan sólo coges chocolate?
-
Sí. Iba a coger más cosas pero en ese momento
llegaron los dueños de la casa y tuve que salir por la ventana.-Su voz suena
monótona. No expresa ninguna emoción, simplemente explica.
Otra vez me vuelve a ganar. Pero
el juego no ha acabado aquí.
-
Si fueron tus padres los que huyeron de la ley,
¿por qué tú, después de que ellos murieran, sigues huyendo? No creo que a ti
vayan a hacerte nada.
-
Claro que me harían. Cuando alguien incumple las
leyes y huye, sus hijos son igual de buscados y serán igual de castigados. Es
una de las injusticias de estas leyes. Es algo que deberías saber.
Su historia cada vez concuerda
más.
-
¿Por qué me ayudaste? ¿Por qué no hiciste tu
chocolate caliente y te fuiste? No lo entiendo.
-
No te enfades de nuevo, pero al principio pensé
eso, que tú podrías cazar. Pero ahora me has empezado a caer bien y no quiero
que te vayas. Creo que podremos convivir bien y ayudarnos mutuamente.
Pone su mano sobre la mía. Yo no
la aparto. Ha dicho la verdad. No debo desconfiar tanto de ella. Esto es un
sinfín de emociones y me tengo que decantar por unas u otras.
-
¿Puedo hacerte yo ahora una pregunta?
Dudo. No sé si ella lo será, pero
yo sí que soy de ese tipo de personas a las que no les gusta hablar de sí
mismo. Prefiero guardar mis cosas para mí. Pero ella ha respondido a las mías.
Sería injusto que yo no le diera esa posibilidad.
-
Claro. Yo te las he hecho a ti.
Alek coge una mora y se la lleva
a la boca. Después de comer habla. Mientras lo hace yo también como una. Pero
su pregunta hace que casi me atragante.
-
No es por ser cotilla, y si no quieres responder
no te obligo, por supuesto. Pero… me gustaría saber… porqué huyes del Dictador.
¿Qué has hecho para que tengas que huir?
No la miro. No, no voy a
contestar a su pregunta. Debería haber imaginado que no lo iba a hacer.
-
No quiero… responderla. Me voy arriba a
descansar un rato. Sé que es de día y que hay que ir a por comida, así que
estaré poco rato. Ah, y cazaré. Creo que es lo mejor. Y será una buena manera
de agradecerte lo que has hecho por mí. Siento haberme puesto así antes. Tal
vez sea demasiado desconfiado…
No me dice nada. Si no fuera
porque hay suficiente luz para ver su rostro, juraría que se ha ido. Pero no es
así. Se mira las manos. Me levanto, subo las escaleras en silencio y me meto en
la primera habitación con colchón que veo. Cinco minutos más tarde escucho sus
pasos acercarse. Y unos segundos después su silueta al pasar junto a “mi”
habitación. Parece que ella también quiere descansar.
Esta vez no puedo dormirme. Hay
mucho por hacer hoy y solo necesito tumbarme un rato para recomponer mis
fuerzas. Pero… Pero… ¿por qué el sueño siempre me controla?
Sudores. Temblores. Terror. Así
me despierto. Mi ropa, que ya estaba sucia antes, ahora está mojada y apestosa.
Me miro las manos. Tiemblan tanto que no consigo distinguir ni las uñas. Abro
mucho los ojos. Tengo miedo. Me intento sentar en la cama, pero no puedo. Me
duele todo. Tengo que intentar dejar la mente en blanco. Mierda. Otra vez un
sueño premonitorio. No puedo. No puedo dejar mi mente en blanco. Ni siquiera
puedo cerrar los ojos. El terror me invade. Tengo miedo, mucho miedo. Mi cuerpo
empieza a temblar aún más fuerte. Noto como las gotas de sudor caen por mi
frente. Me toco el pelo mojado. Hago un esfuerzo por cerrar los ojos. Me duelen
los parpados. Pero ese segundo en el que mis ojos se cierran el significado del
sueño viene a mí. En ese instante todo se detiene. El tiempo. El dolor. Mis
sudores. Los temblores. Pero el miedo no, el miedo sigue igual de intenso,
incluso más. Y mis ojos ahora sí que no se van a poder cerrar. El miedo ahora
ocupa todo mi cuerpo. Una muerte. Eso es lo que pasará. Una muerte. La muerte
de Alek.
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