Tercer capítulo- OCURRE DE VERDAD
La chica de pelo corto se levanta y empieza a cavar. Lo hace
con las manos. Yo me quedo mirando la olla. Todavía queda bastante chocolate.
Pensaba que habíamos quedado en que lo compartiríamos. Sé que lo más amable
sería dejar el cucharón en la olla e ir a ayudarla. Pero el chocolate está
demasiado bueno y no me puedo arriesgar a que sea una trampa. Primero tengo que
comprobar que no hay nadie escondido entre los árboles. Los recorro con la
mirada. Ni un solo movimiento. Sólo el viento zarandea un poco sus copas. Pero
ya me aseguro de que no haya nadie escondido allí. Nada. No hay nadie. En esta
playa sólo estamos ella y yo. De momento…
Me acabo el chocolate lo más deprisa que puedo y me acerco a
la chica aún con la última cucharada en la boca. Trago el chocolate que tengo y
me pongo frente a ella a cavar la tumba de mi madre. No la miro a los ojos.
Ella tampoco lo hace. No decimos nada. A
parte de esas frases que hemos intercambiado cuando nos hemos “conocido” no
hemos vuelto a hablarnos. Pero, si esto no es ningún truco y está pasando de
verdad, no puedo discutir que no es una buena chica. Aunque todavía no sé si es
del todo cierto. Como dije hace un año, en esta vida no hay nada verdadero del
todo…
-
Gracias…- susurro cuando llevamos medio metro
cavado.
Ella no responde. Sigue sin hablar. La verdad es que no le
hubiese dicho nada si no hubiésemos cavado tanto. Pero llegados este punto dejo
un poco mi desconfianza a un lado y me obligo a pensar que al menos, a mi
madre, la enterraremos. Su actitud sigue siendo fría. Pero, si todo esto no es
obra del dictador, ¿de quién es? Porque estoy seguro que él no hubiese
permitido que me dejaran enterrar a mi madre. Aunque todavía no la he
enterrado, así que no puedo cantar victoria hasta que lo haga. Seguro que
cuando estemos a punto de meter el cadáver se lo llevará y me matará. El
cadáver… El cadáv… ¿Dónde está? Con la sorpresa del momento y la esperanza de
poder realizar lo que tenía que realizarse sí o sí me he olvidado por completo
de él. De lo más importante. Y me doy cuenta cuando ya hemos conseguido la
profundidad suficiente para poder enterrarla sin que se sospeche nada. La miro.
Pero ella no me mira a mí. No logro verle los ojos, pues mira para abajo y el
flequillo que cae sobre su frente de lado se los tapa.
-
¿Dónde está…, dónde está mi madre?- le pregunto
esta vez alto y claro, sin susurrar.
Tampoco responde. Pero por fin me mira. Su rostro sigue sin
tener expresión alguna. Parece un poco triste, aunque se esfuerza mucho en
esconderlo. Se aparta del agujero y se acerca un poco a mí, todavía con las
rodillas en la arena. Me coge el hombro, al principio suavemente y después con
fuerza. Y mis ojos ahora se dirigen al agujero de aproximadamente un metro de
profundidad. No querrá…, no querrá enterrarme vivo, ¿no? Me asusto. Mucho. Y es
que esto es para asustarse. Miro a mi alrededor, buscando por todos lados a los
guardias, o al mismísimo dictador. Ella me sigue cogiendo del brazo y me mira
directamente a los ojos. Yo también lo hago, intentándome alejar como puedo.
Sus ojos verdes me recorren todo el rostro. Mi cara de horror debe ser
reconocible a metros de distancia. En estos momentos todo se ve borroso, nada
se ve claro. Mis ojos miran hacia todos los lados sin poder reconocer nada. Al
final consigo zafarme de su mano y me alejo de ella aun sentado. Pero no se da
por vencida. Me coge el pie, aunque esta vez con más suavidad. Mi corazón
vuelve a latir deprisa y parece que vaya a explotar. Sudo. Tiemblo. Jadeo.
-
No, tranquilo… Sígueme…- su voz suena suave y
débil, nada que ver con la fuerza que tiene en los brazos.
Ella se levanta. Yo tardo un poco más y hasta que no se
separa de mí un par de metros no lo hago. Se adentra un poco en el bosque, tan
sólo unos cinco metros. Yo me quedo en el inicio de él, esperándola, pues no me
fío después de lo que acaba de pasar y del miedo que todavía siento. Los
latidos de mi corazón se ralentizan un poco, pero aun así siguen yendo más
rápidos de lo normal. Cuando vuelve me doy cuenta de que lleva algo en los
brazos. Algo grande. Cuando consigo distinguir la sabana y las distintas formas
que se crean bajo ella voy corriendo hacia allí. Se la quito de las manos
descaradamente. La chica se molesta un poco, pero pasa de largo y se dirige de
nuevo al agujero. Yo llego unos segundo más tarde. Me agacho y, con la ayuda de
la chica, dejo a mi madre dentro del agujero, todavía con la sabana encima. Los
dos nos quedamos mirando el cadáver tapado. Un minuto. Un minuto en el que los
dos nos olvidamos del otro. O al menos yo. Sólo pienso en ella, en mi madre.
Sólo pienso en si conseguiré reunir el valor para destaparla y ver su cuerpo
sin vida una última vez. Ella no me mete prisas. Incluso parece triste también.
Qué buena actriz… Me agacho un poco más y alargo la mano hacia abajo, para
alcanzar la sabana. Cierro los ojos y la toco. La cojo aun con los ojos
cerrados. Me quedo unos segundo ahí parado y… estiro de ella hacia arriba. Escucho
como algunos granos de arena se desprenden de las paredes del agujero y caen.
Sigo con los ojos cerrados. Pero aun no me fío que esa chica tan extraña no me
la vaya a quitar en el último segundo. Abro los ojos. La veo. Una lágrima se
desprende de mi s ojos. Aprieto los puños. Su piel ahora está un poco más
pálida que antes. Sus ojos siguen abiertos e inexpresivos. Su cuerpo está,
simplemente… muerto. No soporto verla así. Alargo el brazo una vez más y le
cierro los ojos, delicadamente. Me levanto y busco algo en el bosque desde esta
parte de la playa. Alguna flor, algo bonito que pueda llevarse consigo. A lo
lejos veo unas pequeñas flores azules. Son pocas, pero bastaran. Tampoco puedo
pedir mucho, ya tengo incluso más de lo que me esperaba. Voy corriendo hacia
ellas y las cojo, sin despegar la vista ni un momento de la chica. Vuelvo y me
quedo de pie. Ella también se levanta. Miramos el cadáver. Tiro las flores
dentro del agujero. Casi no se ven desde aquí. Son muy pequeñas y parece que no
haya nada… Ahora mismo me encantaría tener un ramo de tulipanes rojos. Era su
flor preferida. Los he visto muy pocas veces, pero son preciosos…
-
Te quiero- susurro tan flojo que no se si mi
compañera me ha escuchado.
Y no pierdo más tiempo. Empiezo a coger arena con las manos
y la echo encima de ella. Empiezo por los pies. Se me hace raro echarle arena
en la cara a mi madre. Y prefiero poder ver su rostro durante un rato más.
Retenerlo en la memoria para siempre y que jamás salga de ahí.
-
¿Te… ayudo?- dice la chica con un hilo de voz.
-
Sí…, gracias.-Me dejo ayudar, aunque no detengo
mi trabajo para decírselo.
La arena se empieza a amontonar en su cuerpo. En unos
minutos casi hemos acabado. La chica me deja que ponga yo el último grano de
arena. Es en ese momento en el que me fijo en ella. Me sorprende todo lo que ha
hecho por mí. Pero también lo hace su vestimenta. Es diferente. La mayoría de
personas llevan unos pantalones anchos y la misma camiseta. Todos la misma.
Normas del dictador. Pero ella no. Ella lleva unos pantalones marrones oscuros
ajustados pero elásticos. Su camiseta es de tirantes y negra, y la lleva por
dentro de los pantalones. Es lo que más me sorprende porque no hace tiempo para
ir con tirantes, pero no parece que pase frío. Sus zapatos también son muy
distintos a los del resto de la gente. Son unas botas de un amarillo pálido.
Pero no unas botas de montaña, son más sofisticadas, pero sin perder la
comodidad. Tiene cordones y pasan unos cinco centímetros del tobillo. La suela
es ancha. Es muy curiosa su ropa. Parece de deporte, pero a la vez se ve muy
resistente. Es… difícil de explicar. La chica se da cuenta de que la miro.
Ahora ya no lo escondo. Ha hecho algo de verdad. Y eso se merece un voto de
confianza. Aunque sea de momento, porque ahora ya estoy empezando a dudar de
que alguien vaya a irrumpir en esta playa y estropearlo todo. Bordeo la “tumba”
que hemos hecho y la abrazo. No sé si habrá sido casualidad que esta chica haya
aparecido en mi último sueño premonitorio. No lo sé. Y por una vez me gustaría
pensar en las casualidades. Por una vez me gustaría dejar de pensar que los
sueños no es lo que envuelve mi vida, que mi vida no gira entorno a ellos.
Quiero dejar de pensar en los sueños por una vez… Pero no sé si eso será lo
mejor…
-
Gracias- vuelvo a susurrarle.
-
No hay de qué.
Esta vez ella sí que me ha contestado. Pero sí hay de qué.
Ella me ha ayudado a enterrar a mi madre. Y después de esto ya no sé qué pensar
de ella… Lo mejor será alejarme. Me ha demostrado que es una buena persona,
pero no me puedo arriesgar. No puedo ser un ingenuo otra vez y dejarme a llevar
por las mentiras de los demás. Antes estaba actuando, tengo que recordar eso.
Ahora… no lo sé, pero antes sí. Y no puedo olvidarme de ese momento.
-
Bueno…, yo ya me voy. Es de noche y… me tengo
que ir. Adiós- me despido, separándome de ella.
No puedo decirle que huyo, y menos del dictador. Podría
entregarme a ellos si se entera. Está decidido. Me tengo que alejar de ella.
Pero parece que la chica no está de acuerdo con mi decisión.
-
Pero…- Se queda pensativa, ¿otra vez actuando?-
¿Tienes algún sitio a dónde ir?
-
Sí…- miento, dando unos pasos hacia el bosque,
ella se queda en el sitio donde estaba.
-
¿Seguro? No parece que...
¿Cómo sabe tantas cosas?
-
¿Por qué lo vuelves a preguntar? Si ya te he
dicho que…
-
Lo sé, pero es que como has venido a enterrar… a
tu madre, y solo, pues pensaba que no tenías a nadie y que… si querías… podrías
quedarte un tiempo en mi casa…
Me vuelvo, incrédulo.
-
¿Por qué iba a querer ir a tu casa?
Me cuesta un poco ser así de grosero, y más teniendo en
cuenta que ella está siendo así de amable. Pero aún hay muchas preguntas sin
responder. Muchas casualidades que todavía no me cuadran. Podría ser una de
ellos. ¿Si no cómo se explica que nos haya encontrado en esta playa, en el
momento más indicado? Poca gente conoce este trocito de mundo. Sería demasiada
casualidad que, justo hoy, ella la haya descubierto.
-
Pues porque soy como tú. Vivo sola y apartada de
la ciudad donde el dictador gobierna. También huyo de él. Por eso pensaba que a
lo mejor podríamos unirnos, así seriamos más fuertes y podríamos sobrevivir con
más facilidad.
¡¿CÓMO SABE TANTAS COSAS?! Es muy lista, demasiado tal vez.
La desconfianza vuelve a apoderarse de mí. Pero lo que dice tiene sentido,
mucho sentido. Si es verdad lo que dice, tendría menos problemas de los que
tengo y mi vida ahora mismo se solucionaría al menos un poco. Prácticamente
esta es una oportunidad de oro. Puede que sin un compañero no consiga
sobrevivir. Pero sólo será durante un tiempo, un par de semanas como mucho.
Sólo estaré en su casa el tiempo estrictamente necesario.
-
De acuerdo. Trato hecho. Viviremos juntos, pero
sólo para sobrevivir.
-
Claro. ¿Cómo te llamas?
-
Alessandro, pero puedes llamarme Ales- le
respondo, mirando nuestras manos que se estrechan.
-
Qué casualidad. Yo soy Aleksandra, pero puedes
llamarme Alek.
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