dissabte, 22 de juny del 2013

EL DESTINO DE UN SOÑADOR QUE NACIÓ PARA SER LIBRE

Tercer capítulo- OCURRE DE VERDAD

La chica de pelo corto se levanta y empieza a cavar. Lo hace con las manos. Yo me quedo mirando la olla. Todavía queda bastante chocolate. Pensaba que habíamos quedado en que lo compartiríamos. Sé que lo más amable sería dejar el cucharón en la olla e ir a ayudarla. Pero el chocolate está demasiado bueno y no me puedo arriesgar a que sea una trampa. Primero tengo que comprobar que no hay nadie escondido entre los árboles. Los recorro con la mirada. Ni un solo movimiento. Sólo el viento zarandea un poco sus copas. Pero ya me aseguro de que no haya nadie escondido allí. Nada. No hay nadie. En esta playa sólo estamos ella y yo. De momento…
Me acabo el chocolate lo más deprisa que puedo y me acerco a la chica aún con la última cucharada en la boca. Trago el chocolate que tengo y me pongo frente a ella a cavar la tumba de mi madre. No la miro a los ojos. Ella tampoco lo hace. No decimos nada.  A parte de esas frases que hemos intercambiado cuando nos hemos “conocido” no hemos vuelto a hablarnos. Pero, si esto no es ningún truco y está pasando de verdad, no puedo discutir que no es una buena chica. Aunque todavía no sé si es del todo cierto. Como dije hace un año, en esta vida no hay nada verdadero del todo…
-          Gracias…- susurro cuando llevamos medio metro cavado.
Ella no responde. Sigue sin hablar. La verdad es que no le hubiese dicho nada si no hubiésemos cavado tanto. Pero llegados este punto dejo un poco mi desconfianza a un lado y me obligo a pensar que al menos, a mi madre, la enterraremos. Su actitud sigue siendo fría. Pero, si todo esto no es obra del dictador, ¿de quién es? Porque estoy seguro que él no hubiese permitido que me dejaran enterrar a mi madre. Aunque todavía no la he enterrado, así que no puedo cantar victoria hasta que lo haga. Seguro que cuando estemos a punto de meter el cadáver se lo llevará y me matará. El cadáver… El cadáv… ¿Dónde está? Con la sorpresa del momento y la esperanza de poder realizar lo que tenía que realizarse sí o sí me he olvidado por completo de él. De lo más importante. Y me doy cuenta cuando ya hemos conseguido la profundidad suficiente para poder enterrarla sin que se sospeche nada. La miro. Pero ella no me mira a mí. No logro verle los ojos, pues mira para abajo y el flequillo que cae sobre su frente de lado se los tapa.
-          ¿Dónde está…, dónde está mi madre?- le pregunto esta vez alto y claro, sin susurrar.
Tampoco responde. Pero por fin me mira. Su rostro sigue sin tener expresión alguna. Parece un poco triste, aunque se esfuerza mucho en esconderlo. Se aparta del agujero y se acerca un poco a mí, todavía con las rodillas en la arena. Me coge el hombro, al principio suavemente y después con fuerza. Y mis ojos ahora se dirigen al agujero de aproximadamente un metro de profundidad. No querrá…, no querrá enterrarme vivo, ¿no? Me asusto. Mucho. Y es que esto es para asustarse. Miro a mi alrededor, buscando por todos lados a los guardias, o al mismísimo dictador. Ella me sigue cogiendo del brazo y me mira directamente a los ojos. Yo también lo hago, intentándome alejar como puedo. Sus ojos verdes me recorren todo el rostro. Mi cara de horror debe ser reconocible a metros de distancia. En estos momentos todo se ve borroso, nada se ve claro. Mis ojos miran hacia todos los lados sin poder reconocer nada. Al final consigo zafarme de su mano y me alejo de ella aun sentado. Pero no se da por vencida. Me coge el pie, aunque esta vez con más suavidad. Mi corazón vuelve a latir deprisa y parece que vaya a explotar. Sudo. Tiemblo. Jadeo.
-          No, tranquilo… Sígueme…- su voz suena suave y débil, nada que ver con la fuerza que tiene en los brazos.
Ella se levanta. Yo tardo un poco más y hasta que no se separa de mí un par de metros no lo hago. Se adentra un poco en el bosque, tan sólo unos cinco metros. Yo me quedo en el inicio de él, esperándola, pues no me fío después de lo que acaba de pasar y del miedo que todavía siento. Los latidos de mi corazón se ralentizan un poco, pero aun así siguen yendo más rápidos de lo normal. Cuando vuelve me doy cuenta de que lleva algo en los brazos. Algo grande. Cuando consigo distinguir la sabana y las distintas formas que se crean bajo ella voy corriendo hacia allí. Se la quito de las manos descaradamente. La chica se molesta un poco, pero pasa de largo y se dirige de nuevo al agujero. Yo llego unos segundo más tarde. Me agacho y, con la ayuda de la chica, dejo a mi madre dentro del agujero, todavía con la sabana encima. Los dos nos quedamos mirando el cadáver tapado. Un minuto. Un minuto en el que los dos nos olvidamos del otro. O al menos yo. Sólo pienso en ella, en mi madre. Sólo pienso en si conseguiré reunir el valor para destaparla y ver su cuerpo sin vida una última vez. Ella no me mete prisas. Incluso parece triste también. Qué buena actriz… Me agacho un poco más y alargo la mano hacia abajo, para alcanzar la sabana. Cierro los ojos y la toco. La cojo aun con los ojos cerrados. Me quedo unos segundo ahí parado y… estiro de ella hacia arriba. Escucho como algunos granos de arena se desprenden de las paredes del agujero y caen. Sigo con los ojos cerrados. Pero aun no me fío que esa chica tan extraña no me la vaya a quitar en el último segundo. Abro los ojos. La veo. Una lágrima se desprende de mi s ojos. Aprieto los puños. Su piel ahora está un poco más pálida que antes. Sus ojos siguen abiertos e inexpresivos. Su cuerpo está, simplemente… muerto. No soporto verla así. Alargo el brazo una vez más y le cierro los ojos, delicadamente. Me levanto y busco algo en el bosque desde esta parte de la playa. Alguna flor, algo bonito que pueda llevarse consigo. A lo lejos veo unas pequeñas flores azules. Son pocas, pero bastaran. Tampoco puedo pedir mucho, ya tengo incluso más de lo que me esperaba. Voy corriendo hacia ellas y las cojo, sin despegar la vista ni un momento de la chica. Vuelvo y me quedo de pie. Ella también se levanta. Miramos el cadáver. Tiro las flores dentro del agujero. Casi no se ven desde aquí. Son muy pequeñas y parece que no haya nada… Ahora mismo me encantaría tener un ramo de tulipanes rojos. Era su flor preferida. Los he visto muy pocas veces, pero son preciosos…
-          Te quiero- susurro tan flojo que no se si mi compañera me ha escuchado.
Y no pierdo más tiempo. Empiezo a coger arena con las manos y la echo encima de ella. Empiezo por los pies. Se me hace raro echarle arena en la cara a mi madre. Y prefiero poder ver su rostro durante un rato más. Retenerlo en la memoria para siempre y que jamás salga de ahí.
-          ¿Te… ayudo?- dice la chica con un hilo de voz.
-          Sí…, gracias.-Me dejo ayudar, aunque no detengo mi trabajo para decírselo.
La arena se empieza a amontonar en su cuerpo. En unos minutos casi hemos acabado. La chica me deja que ponga yo el último grano de arena. Es en ese momento en el que me fijo en ella. Me sorprende todo lo que ha hecho por mí. Pero también lo hace su vestimenta. Es diferente. La mayoría de personas llevan unos pantalones anchos y la misma camiseta. Todos la misma. Normas del dictador. Pero ella no. Ella lleva unos pantalones marrones oscuros ajustados pero elásticos. Su camiseta es de tirantes y negra, y la lleva por dentro de los pantalones. Es lo que más me sorprende porque no hace tiempo para ir con tirantes, pero no parece que pase frío. Sus zapatos también son muy distintos a los del resto de la gente. Son unas botas de un amarillo pálido. Pero no unas botas de montaña, son más sofisticadas, pero sin perder la comodidad. Tiene cordones y pasan unos cinco centímetros del tobillo. La suela es ancha. Es muy curiosa su ropa. Parece de deporte, pero a la vez se ve muy resistente. Es… difícil de explicar. La chica se da cuenta de que la miro. Ahora ya no lo escondo. Ha hecho algo de verdad. Y eso se merece un voto de confianza. Aunque sea de momento, porque ahora ya estoy empezando a dudar de que alguien vaya a irrumpir en esta playa y estropearlo todo. Bordeo la “tumba” que hemos hecho y la abrazo. No sé si habrá sido casualidad que esta chica haya aparecido en mi último sueño premonitorio. No lo sé. Y por una vez me gustaría pensar en las casualidades. Por una vez me gustaría dejar de pensar que los sueños no es lo que envuelve mi vida, que mi vida no gira entorno a ellos. Quiero dejar de pensar en los sueños por una vez… Pero no sé si eso será lo mejor…
-          Gracias- vuelvo a susurrarle.
-          No hay de qué.
Esta vez ella sí que me ha contestado. Pero sí hay de qué. Ella me ha ayudado a enterrar a mi madre. Y después de esto ya no sé qué pensar de ella… Lo mejor será alejarme. Me ha demostrado que es una buena persona, pero no me puedo arriesgar. No puedo ser un ingenuo otra vez y dejarme a llevar por las mentiras de los demás. Antes estaba actuando, tengo que recordar eso. Ahora… no lo sé, pero antes sí. Y no puedo olvidarme de ese momento.
-          Bueno…, yo ya me voy. Es de noche y… me tengo que ir. Adiós- me despido, separándome de ella.
No puedo decirle que huyo, y menos del dictador. Podría entregarme a ellos si se entera. Está decidido. Me tengo que alejar de ella. Pero parece que la chica no está de acuerdo con mi decisión.
-          Pero…- Se queda pensativa, ¿otra vez actuando?- ¿Tienes algún sitio a dónde ir?
-          Sí…- miento, dando unos pasos hacia el bosque, ella se queda en el sitio donde estaba.
-          ¿Seguro? No parece que...
¿Cómo sabe tantas cosas?
-          ¿Por qué lo vuelves a preguntar? Si ya te he dicho que…
-          Lo sé, pero es que como has venido a enterrar… a tu madre, y solo, pues pensaba que no tenías a nadie y que… si querías… podrías quedarte un tiempo en mi casa…
Me vuelvo, incrédulo.
-          ¿Por qué iba a querer ir a tu casa?
Me cuesta un poco ser así de grosero, y más teniendo en cuenta que ella está siendo así de amable. Pero aún hay muchas preguntas sin responder. Muchas casualidades que todavía no me cuadran. Podría ser una de ellos. ¿Si no cómo se explica que nos haya encontrado en esta playa, en el momento más indicado? Poca gente conoce este trocito de mundo. Sería demasiada casualidad que, justo hoy, ella la haya descubierto.
-          Pues porque soy como tú. Vivo sola y apartada de la ciudad donde el dictador gobierna. También huyo de él. Por eso pensaba que a lo mejor podríamos unirnos, así seriamos más fuertes y podríamos sobrevivir con más facilidad.
¡¿CÓMO SABE TANTAS COSAS?! Es muy lista, demasiado tal vez. La desconfianza vuelve a apoderarse de mí. Pero lo que dice tiene sentido, mucho sentido. Si es verdad lo que dice, tendría menos problemas de los que tengo y mi vida ahora mismo se solucionaría al menos un poco. Prácticamente esta es una oportunidad de oro. Puede que sin un compañero no consiga sobrevivir. Pero sólo será durante un tiempo, un par de semanas como mucho. Sólo estaré en su casa el tiempo estrictamente necesario.
-          De acuerdo. Trato hecho. Viviremos juntos, pero sólo para sobrevivir.
-          Claro. ¿Cómo te llamas?
-          Alessandro, pero puedes llamarme Ales- le respondo, mirando nuestras manos que se estrechan.

-          Qué casualidad. Yo soy Aleksandra, pero puedes llamarme Alek.

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